LAS SANTAS ESPINAS DE ATIENZA. EL GRIAL DE
GUADALAJARA
Entre los muchos tesoros que se encuentran
en la villa de Atienza, uno de los más misteriosos y por su origen tal vez más
venerado, es un relicario conteniendo dos espinas y un lignun crucis de la
Pasión de Jesús. De su fama milagrera se conservan testimonios que pasaron por
tradición oral hasta el siglo XVIII, cuando aquellos fueron recogidos en un
documento titulado "Historia y Milagros de las Santas Espinas", de
autor anónimo y editado por un desconocido Blas Miedes, que no ha llegado a
nuestros días sino extractado, pero que nos da idea de la devoción que en
Atienza y su comarca tuvieron las Santas Espinas, al menos desde los comienzos
del siglo XVI.
Sí, es cierto que a lo largo y ancho de
medio mundo, y parte del otro medio, juntando espinas y astillas de la cruz de
la Pasión de Jesús podrían llenarse, como alguien dijo, varios navíos. En
Guadalajara, además de las Espinas de Atienza tenemos otra Santa Espina en
Prados Redondos; sin olvidar el Lignum Crucis de Cercadillo o la Sábana Santa
de Escamilla. Y entre las ciento y más que en España se registran, en la
iglesia de San Nicolás de Guadalajara se veneraron las dos que el Conde de
Coruña dejó allí. Tan milagrosas que eran llevadas en procesión hasta el río
para que la ciudad se librase de las riadas. Atienza sigue ganando, pues al
Lignum Crucis que acompaña a las Espinas en su relicario añade otro que ha de
pertenecer a la dote de su patrona, la Virgen de los Dolores, a ella donado por
un confitero de Albendiego, Mariano Núñez de nombre.
Las dos Santas Espinas y el Lignum Crucis
que las acompaña, y que en la actualidad se pueden venerar en su capilla de la
Iglesia Museo de la Santísima Trinidad llegaron a Atienza va para seiscientos
años, cuando la reina Catalina de Lancaster, consorte de Enrique III, quien
recibió en dote matrimonial el Señorío de Atienza, ideó la construcción de uno de
esos ejemplos de la arquitectura exclusiva que la historia regala de cuando en
cuando a sus pueblos, el convento de San Francisco; el único ejemplo de la
arquitectura gótico-normanda que existe o existió en Guadalajara, ya que sus
piedras, desde hace más de doscientos años, se desmoronan sin cura que las
bendiga, o reconstituya.
Doña Catalina, primera princesa de Asturias,
quien como tantas otras reinas castellanas se encaprichó de Atienza, a más de
levantar el impresionante ábside construyó bajo él una cripta a la que llevó el
relicario que se trajo de allende las fronteras. Es probable que en su idea
estuviese, como los entendidos en la materia afirman, completar el conjunto con
una gran iglesia; que no llevó a término y concluyó doña Catalina de Medrano y
Bravo de Laguna, la hermana de la primer catedrático de Universidad que conoció
el mundo, y familia directa de Juan Bravo, nuestro capitán comunero; cuando el
convento se convirtió en panteón familiar de los Bravo, los Laguna, los
Sandoval y los Medrano. La desamortización de 1835 nos privó del conjunto, y de
los túmulos funerarios de aquellos caballeros alabastrinos que, a buen seguro,
salieron a correr mundo a fines del siglo XIX, o después, como lo hicieron las
portadas de la iglesia y no pocas piezas que, sin duda, debían de ser, como el
relicario que nos trae, piezas exclusivas. Parece que truena la voz de don
Francisco Layna cuando en la primavera de 1936, notificado del expolio que con
el ábside y sus piedras se estaba llevando a cabo en Atienza, gritó aquello de
“manos blancas no ofenden”, a una de sus propietarias, que tuvo el atrevimiento
de retarle poco a menos que a duelo cuando Layna denunció el caso.
Para entonces el relicario con sus Espinas
se encontraba ya en la iglesia de la Santísima Trinidad, a donde llegó en el
mes de diciembre de 1835, después de que el convento fuese desamortizado y los
párrocos de las iglesias de Atienza se enzarzasen en la cruda cuestión de quién
se quedaba con el tesoro, puesto que por tal era tenido, ya que en aquellos
tiempos eran generadores de cuantiosos ingresos a cuenta de misas, novenas y
rogativas. Espinosa discusión en la que intervino la justicia civil, hasta que
el Sr Gobernador de la provincia ordenó su final destino, pasando por encima de
los poderes eclesiásticos.
Relicario de plata, entonces con doscientos
años de edad, que sustituía al que doña Catalina de Medrano mandó que se le
hiciese en 1541, cuando dictó su testamento. Un relicario de hierro forrado de
oro por dentro y fuera, situado en un tabernáculo con reja para que nadie se
las llevase. Supliendo a la caja de madera aterciopelada que traían cuando la
reina de Castilla las mandó. De aquella manera las debió de ver su tataranieto,
Felipe II, cuando pasó en Atienza aquellas últimas navidades que lo alejaron de
la corte, en 1592, y residió, como hacían por aquellos tiempos los reyes,
puesto que para eso era el convento Real Casa, en el de San Francisco de
Atienza.
Los frailes, remisos a mostrar la reliquia
más allá de los muros de su convento, comenzaron a ver, avanzado el siglo XVII,
que podría generarles cuantiosos recursos después de que, a cuenta de algún que
otro incendio, por su intervención milagrosa cesó el fuego; o al darse cuenta
de que, en época de sequia, al encomendar a ellas la venida del agua, regaba la
lluvia los campos. Con lo que se comenzaron a rezar novenas, mandar misas y
exponerse en contadas ocasiones, salvo que para observarlas se contase con la
aquiescencia del obispo de Sigüenza. Por supuesto, las poblaciones del entorno,
hasta cuarenta, igualmente acudían los días señalados, con cruz alzada y sus
párrocos al frente, a rogar o agradecer. Capa morada para pedir y blanca para
dar gracias.
A partir de 1785 añadieron, a los ingresos
por las misas, la venta de estampas, impresas en Sigüenza, que Celestino Moré,
el gran grabador, imprimió en la calcografía nacional a partir de 1849; y por
aquello de que el agua siempre fue necesaria para el campo, el Concejo de
Atienza se encargó de pagar, por el mes de junio de todos los años, las
preceptivas rogativas para que las cosechas llegasen a buen término. De dar las
gracias por lo recibido, allá por el mes de octubre, se encargaban los
labradores pagando unas cuantas misas de “gratitud”. Que en ningún caso
alcanzaron las cifras de agradecimiento de don Nicolás Paredes quien, entre
junio y agosto de 1799 ordenó 600 misas a 30 reales cada. Lo normal era que en
el convento se dijesen, al Santo Relicario, una media de doce misas diarias;
que ya son número.
La mala sombra con la que los franceses
acometieron Atienza por el mes de enero de 1811 hizo que el convento quedase
desasistido de parte de sus frailes. Entonces eran seis los que lo habitaban,
tomando cuatro de ellos el camino de la sierra con cuantas cosas se pudieron llevar
–es de suponer que con ellos llevaron el relicario-, refugiándose en Romanillos
de Atienza entre el mes de enero de 1811 y el de octubre de 1812, mes en el que
el padre guardián, que se quedó en Atienza, para el día 4, festividad del
patrón, decidió que viéndose algo más libres de los enemigos, podían volver a
vivir en comunidad.
El 9 de julio de 1813 se organizó una de
aquellas grandes procesiones que reunió en la villa a las cruces de la mayoría
de los pueblos comarcanos, para trasladar la reliquia desde el convento hasta
la iglesia de San Juan, a fin de que el pueblo viese que se habían librado de
la rapiña del francés, y de paso, pedirles el “exterminio del enemigo”.
La desamortización, que terminó con el
convento, las llevó primeramente a la iglesia de San Juan, hasta que, tras lo
del pleito parroquial, terminaron en la Santísima Trinidad, en la que se fundó,
en 1849, la Cofradía de las Santas Espinas de la Corona de Nuestro Señor, con
72 congregantes, en recuerdo de las 72 Espinas que se cuenta formaban la
corona, o casquete, con la que se martirizó a Jesús. De entonces a hoy su
historia se ha ido, poco a poco, engrandeciendo con la devoción de Atienza y su
comarca, y esas leyendas que se añaden a lo desconocido: reverdecen en días
determinados y, por viernes santo, sangran.
Su fiesta se celebra en la actualidad el
primer domingo de mayo. Fiesta grande para Atienza y su entorno aunque ya no
asistan, como en tiempos, las cruces procesionales de los pueblos del entorno.
Pero, a honra y gloria de la reina de Castilla, y Señora de Atienza, doña
Catalina de Lancaster, la reliquia, seiscientos años después de su llegada a la
villa, bien podría definirse, por su historia y devoción como “El Grial de
Guadalajara”.
Un libro: “Las Santas Espinas de Atienza”,
recoge toda esa historia que apenas cabe en unas líneas, en donde se conjuga
folclore y creencia, como en el verso que tan popular se hizo:
Atienza
tiene una espina
que
cabe en una jinoja,
más su
poder es tan grande,
que
llena el mundo de gloria.
El libro:
Tapa blanda: 123 páginas
Editor: CreateSpace Independent Publishing Platform
Idioma: Español
ISBN-10: 1545227349
ISBN-13: 978-1545227343
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