domingo, 10 de enero de 2021

MENDOZA EL TROVADOR (La novela del palacio del Infantado)

 MENDOZA EL TROVADOR (La novela del palacio del Infantado)
  (El origen de LA JUDÍA CONVERSA DE HITA)


En el mes de noviembre de 1486 un trovador, Chacón de Bracamonte, llegaba a Guadalajara. Entonces se levantaba en la ciudad el magnífico palacio del duque del Infantado; y don Pedro, su hermano, era Cardenal de España; y los Reyes peleaban por la Conquista del reino de Granada; y un navegante, Cristóbal Colón, soñaba con descubrir un nuevo mundo. Mientras Chacón tocaba el rabé y componía el libro de las vidas de la Casa de Mendoza…
 
 




La novela que nos cuenta cómo se edificó el Palacio del Infantado de Guadalajara.

La novela.
  • Tapa blanda: 264 páginas
  • Editor: Createspace Independent Pub (18 de febrero de 2016)
  • Idioma: Español
  • ISBN-10: 1530085225
  • ISBN-13: 978-1530085224

 

PRIMERA PARTE

NOVIEMBRE 1486

 

   Cuando descubrió sus orígenes Chacón rondaba los treinta años de edad, más lejos de írsele apagando los ardores de la juventud parecía que el pasar del tiempo le fue añadiendo mayores calenturas, dotándolo de mejor habilidad en las cosas del amor.

   Habilidades que añadir a su gesto risueño, aunque de él no desapareciese la mueca de amargura, enmarcada en unos labios sensuales, barbilla firme y nariz aguileña que daban a sus facciones cierto aire de nobleza.

   Amaneció por uno de los recodos del camino de Hita. Como una silueta a lomos de su mula. Vistiendo calzas divisadas, una en verde y la otra de color bermellón. Con la bragueta sobresaliendo en la entrepierna y cubriendo los hombros con una sobrepelliz de piel de cabra que lo protegía del frío.

   No resultaba excesivo para lo avanzado de la estación a pesar de que, días atrás, las primeras nieves tiñeron de blanco los altos picachos de la sierra, cuando apenas hacía una semana que lo cruzaron las grullas en su ruta migratoria.

   Se adivinaban al final del horizonte los crestones de la Cordillera con el manto níveo presagio del vecino y crudo invierno de Castilla....

 

 

 

TERCERA PARTE

ENERO 1495

 

   Que su eminencia, don Pedro González de Mendoza, se estaba muriendo, resultaba una cosa fácil de predecir.

   La visita de los reyes a Guadalajara a despedirse de don Pedro hasta la eternidad, decía mucho del mal que lo aquejaba, y que se le fue agravando con el paso de los días, los meses y los años, hasta convertirlo en una especie de esqueleto viviente, con las carnes apretujadas a los huesos, arrugándose hora tras hora, como si fuesen los mismos pecados, perdonados y arrepentido de ellos a los ojos de Dios y de los hombres, los que le royesen las entrañas.

   El rey, cuando llegó a Guadalajara, se encontraba todavía convaleciente del percance que, tres años atrás, estuvo a punto de costarle la vida en Barcelona, cuando en los días previos a la Navidad, y mientras celebraba las audiencias, se abalanzaron sobre él y un hombre de origen judío le asestó tan formidable cuchillada en el cuello que, durante meses, lo tuvo entre la vida y la muerte. Tan solo el rey y sus astrólogos sabían que no moriría en la ocasión. Todavía no se había conquistado Jerusalén para su corona de Aragón....

 

   La duquesa, tras persignarse, se arrodilló respetuosa en su reclinatorio de mullidos tafetanes morados. Desde la altura de la Tribuna Ducal, observó durante unos instantes las naves y las sombras de los bultos funerarios de las capillas de don Diego García y don Alonso Fernández Coronel, hasta darse cuenta de que no se estaba sola. Abajo, frente al sagrario, mostrando las recientes heridas en sus manos, Antón de Zamora se encontraba igualmente entregado a la oración.

   Al interior del templo, ornado con la mano pródiga de Mendozas y Coroneles, no alcanzaba la algarabía del gentío subiendo la calle del Rey en dirección a la plazuela de San Gil, desde la Puerta de la Alcallería, abierta antes de tiempo para permitir el paso de mendigos, alcahuetas y truhanes, quienes pasaron la noche en las proximidades del río, a la espera del festín.

   Tampoco se alcanzó a escuchar el sonido lúgubre de la trompeta, ni el redoble del tambor previos a que, ante las puertas de la cárcel, el alguacil del Concejo diese última lec-tura a la sentencia, entre berridos jubilosos del público asis-tente, quien interrumpió la labor en varias ocasiones a un único grito.

   -¡A la hoguera! ¡A la hoguera!

   Al concluir la lectura, los alguaciles tuvieron que emplearse apartando al gentío con golpes y empujones para lograr abrir un estrecho pasillo en torno a los postigos, antes que se abriesen las puertas y asomase por ellas el carro de la muerte, tirado por cuatro robustas mulas de oscuro pelaje, cubiertas con gualdrapas negras, tintineando sobre los arreos las campanillas de plata, regalo del difunto cardenal al Concejo para funciones especiales....

 

Sigue aquí: MENDOZA EL TROVADOR

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario